domingo, 3 de agosto de 2014

Más allá de las defensas

Éramos tiernos. Aún no defendidos. Aún sin sol en la piel, con el cordón fresco en la panza, hecho un nudito. Y allí nomás comenzamos a defendernos: nacer es el punto de partida para un esfuerzo enorme por adaptarse a este mundo difícil. En-carnar. Defenderse es un aprendizaje arduo que implicará armar estructuras de respuestas automáticas ante distintas circunstancias de la vida, y el instinto sabrá cómo.

Está quien se garantiza la supervivencia intimidando para que nadie “lo pase por encima”; endurecerá su piel e irá por la vida con actitud aguerrida… y ése será su modo.

Está quien sobrevive siendo extremadamente frágil y necesitado, inspirando en otros el ansia de protegerlo, y hallando en su fragilidad la fortaleza como para que otros respondan en su nombre… y ése será su modo.

Está quien se sobreadapta desde la eficiencia, volviéndose imprescindible: dando de más, sirviendo de más, resolviendo de más, asumiendo de más… y ése será su modo.

Está quien tiende, en cambio, a construir una identidad desde el humor: escapará a muchos costados de la vida mediante una broma, un chiste, la risa fácil, y el deslizarse por los vínculos a veces con menos compromiso que simpatía… y ése será su modo.

Está quien se inserta en el mundo siendo invisible: como una puerta giratoria, los demás lo mueven según necesiten paso; no expresan voz ni voto porque no votan ni se expresan; no ponen límites porque prefieren ser avasallados a existir… y ése será su modo.

Y hay más. Muchos más. Según nuestra naturaleza establecemos estilos psicológicos personales para adaptarnos al mundo y garantizarnos la supervivencia. Automatismos que son nuestra “solución” más inmediata a la hora de responder ante las exigencias de la vida. Pero… Pero quedarnos allí garantiza que nuestra vida se empobrezca: ser de una sola manera nos deja pequeños. La seriedad sin humor nos vuelve resecos como leña de invierno… la broma sin compromiso nos hace resbalosos al trato profundo… la fortaleza sin vulnerabilidad nos vuelve débiles… la fragilidad sin fortaleza nos minimiza… Y el no decir “Aquí estoy” hace que el mundo se pierda de nosotros… y nosotros nos perdamos del mundo.

Precisamos aprender a ser múltiples: desplegar facetas que no son ésas tan tempranamente aprendidas. Celebrar nuestras contradicciones hasta que se vuelvan paradojas, pues mientras nos peleamos con ellas es como si viviéramos bajo la ilusión de “tener que ser” esto o lo otro;  y lo cierto es que, en la mayoría de los rasgos humanos, necesitamos ser esto y lo otro!

Aquellos rasgos que menos entrenados tenemos son como un músculo flojo que necesita gimnasia: los opuestos de nuestras características más usuales están allí, esperando que les demos una oportunidad. Cuando no les ofrecemos espacio, cuando rechazamos esos rasgos, quedamos incompletos, y experimentamos puntuales problemas en nuestra vida. “El Arte de la Paz es completar lo faltante”, decía Morihei Ueshiba, fundador del Aikido, aludiendo al trabajo de volverse más plenos. ¿Qué es “lo faltante” en cada uno de nosotros? ¿A qué aspectos de nuestra interioridad no les dimos espacio porque nos refugiamos a perpetuidad en nuestras defensas primigenias? ¿Cómo empezar a ejercerlos para no quedar expuestos a una unilateralidad empobrecida? Cultivar fragilidad en la fortaleza, humor en la seriedad, capacidad de presencia si nos avasallan…

Cuando empezamos a salir de nuestro manojo de defensas primarias, comenzamos a comunicarnos con el otro desde un lugar más amplio. Empezamos a dejarnos ver, a ejercer la intimidad, a dejar de estar enfrascados (en nuestro triste frasco de defensas). Comenzamos a integrarnos mejor con lo que nos rodea. Y hallamos que necesitamos estar desnudos de defensas ante lo que verdaderamente importa: saber que somos vulnerables, que duramos poco… pero que vale la pena. Sólo así es posible el puente de humano a humano, de esencia a esencia; sólo así es posible el puente con lo más hondo de sí mismos; sólo así es posible el puente con aquello que es más grande que lo humano. Y entonces aparece un nuevo Sentido.

Quisiera convidar, para recordarlo, un poema breve y bello de Octavio Paz que dice así:


HERMANDAD

Soy hombre: duro poco
y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba:
las estrellas escriben.
Sin entender comprendo:
también soy escritura
y en este mismo instante
alguien me deletrea.

(Publicado por la revista Sophia OnLine en noviembre de 2013.)

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